Para mi sorpresa, ella me respondió que se había sentido inquieta mientras esperaba mi respuesta (que le encantó). Entonces, me atreví a preguntarle qué recuerdos tenía ella sobre mí. Esperé su correo con la misma inquietud con que ella había aguardado el mío. Ah, estaba segura de que me recordaría como la gordita cuatro-ojos que yo guardaba en mi memoria. Pero no fue así. Su respuesta me conmovió profundamente. Mi vieja amiga me recordaba como una niña que llevaba gafas, pero cuya mirada era creativa, inquisitiva y amistosa. En su recuerdo, yo no era ni gorda ni torpe. Era una compañera de trato fácil, curiosa y divertida.
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