Está bien, soy española y resido en Argentina, al final del mundo, abajo. Los que estamos tan al Sur vivimos una realidad opuesta a lo que nuestros co-planetarios del Hemisferio Norte conocen. Nuestra Navidad es en verano, nieva en julio, vamos a la playa en enero, no estamos tan organizados y nuestro folclore no se parece demasiado el norteamericano, pero, aún así, Santa Claus se pasea vestido de rojo, con botas y todo, con cuarenta grados a la sombra y en Halloween se llenan algunos barrios con niñitos disfrazados tocando timbres… para alarma de la vecindad, que anda inquieta con la inseguridad y los robos.
Lee también: Acción de Gracias, una celebración de gratitud
La cosa es que yo, personalmente, estoy en contacto todo el día, los siete días de la semana, con la cultura estadounidense. Y llega el Día de Acción de Gracias. Si me pongo a analizar bien en profundidad los orígenes de esta celebración, se me ponen los pelos de punta. Pero me pasa un poco lo mismo con el 12 de octubre (al que ya no se llama Día de la Raza, o cosas parecidas, por obvias razones).
Sin embargo, traspolando un sentido literal de este día, es decir, llegando al “hueso”, que sería agradecer, yo tengo mucho que agradecer.
-
Tengo una familia hermosa. Una familia diferente, monoparental, mis dos hijos y yo. Pero nos amamos mucho, nos divertimos y los veo crecer sanos y preciosos.
-
Tengo otra familia, a 11.000 kms, padres, tías y hermano. Están conmigo cada día de mi vida, nunca me fallan y siempre me acompañan.
-
Tengo amor en mi vida, sano, saludable y que me hace feliz.
-
Tengo amigos muy queridos. Algunos cerca y muchos lejos. Pero amigos que están y para los que estoy.
-
Tengo trabajo. Y aquí, específicamente, sí tengo que agradecer a Norteamérica y sus empresas, que confían en mí, a pesar de la distancia enorme y con las cuales he creado una simbiosis perfecta.
-
Tengo un techo, que no es mío, es alquilado, pero con una pequeña vecindad contenedora y de la cual no quiero separarme durante mucho tiempo.
Y… también tengo que agradecer la fuerza y las ganas con las que me levanto cada mañana para atreverme a soñar con nuevos caminos que termino siempre abriendo donde no los había. Al final, no importa dónde una esté, hay cosas para agradecer con pavo o sin pavo.