Recurrí al psicólogo del colegio, que me miró suspicaz cuando terminé de explicarme y acabó por decirme algo así como que “de algún modo lo habríamos consentido”. Y nada más; ni requerir ver al niño, ni una recomendación, nada. Hasta que se lo expliqué todo a mi médico de cabecera de toda la vida.
Lee también: Enseñando empatía a nuestros hijos