EN BUSCA DE INSPIRACIÓN
En las culturas de la antigüedad, la naturaleza era la inspiración para dar nombre a los recién nacidos: las flores por su belleza; los animales por su fuerza o gracia, los fenómenos naturales por sus cualidades mágicas… Toda esta libertad terminó con el cristianismo, cuando el Papa Gregorio IV (827-844) prohibió los nombres que no pertenecían al santoral cristiano. Para entonces, la mayoría de los nombres tenía su origen en el latín, griego o hebreo, además de un significado conocido.