Querido Día del Padre

Querido Día del Padre

Querido Día del Padre: 

¿Por qué eres tan soso? Todos los años llegas sin hacer ruido. Es como si reptaras hasta nosotros imperceptiblemente y aparecieras de la nada en la mitad de junio, para sorpresa de todos, que no se dan cuenta de que te celebramos, hasta que ya es demasiado tarde.

 No es justo. Los padres trabajamos duro. Tenemos trabajos a los que les dedicamos 40, 50, 60 horas por semana y, a veces, hasta más. Algunos tenemos nuestra propia empresa. Somos proveedores. Y sí, pusimos nuestro granito de arena en esto de traer niños al mundo. Está bien, las madres pasaron el trabajo de parto… pero nosotros pusimos la semilla.

He limpiado el trasero de  mi hijo miles de veces. Me he levantado de la cama un millón de veces para acunar, cantar, tranquilizar y consolar a mi pequeño. Le he alimentado. Le he castigado (cosa que me duele más a mí que a él). He hecho todo igual que lo haría una madre, sin embargo, son ellas las que se llevan todo el crédito. Los únicos que se acuerdan del Día del Padre son los concesionarios de autos. Pero esos se aprovechan de todas las festividades. Hasta hacen rebajas por el Cinco de Mayo… sip… el Cinco de Mayo es mucho más famoso que tú, Día del Padre. Así que me pregunto… ¿qué hicimos mal? ¿Cuándo, nosotros, los padres, tiramos la toalla y permitimos que cualquier otra celebración del calendario norteamericano sea más relevante que tú?

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¿No debiéramos homenajear al hombre que arregla todo lo que se rompe en la casa, saca la basura todas las noches, se ocupa del mantenimiento del auto, pasa las mañanas de los domingos cortando el césped, nunca está demasiado cansado para cocinar o es capaz de correr a último minuto a comprar un regalo para el Día de la Madre?

¿No debiéramos hacer un homenaje al hombre que es tierno con sus hijos, que les ayuda con sus tareas escolares, que les lleva de camping, les ofrece palabras sabias y es firme en lo que respecta a las reglas para que aprendan a comportarse?

Sé que las madres son fantásticas. Amo a las madres. Y creo también que se merecen la gran celebración que se les hace para el Día de las Madres. Les compramos tarjetas, flores, les hacemos el desayuno y se lo llevamos a la cama, les sacamos a cenar, les compramos regalos. En el colegio, los niños pasan semanas enteras hacienda manualidades para el Día de la Madre.

Pero para el Día del Padre hacen una escultura de papel maché birriosa o una obra mediocre en témpera a la que dedicaron un ratito la víspera. ¿Por qué?

Los padres no pedimos tanto en nuestro día. Aceptamos, más que felices, el abrazo, los besos y el juego de destornilladores baratos, incluso cuando lo que queríamos era un taladro inalámbrico. Pero ¿por qué no nos sirven el desayuno en la cama (con bacon, por favor), o nos regalan un pack de buena cerveza?

¿Por qué el Día del Padre no es tan glorioso como debiera ser?

Probablemente, como con todo lo demás, diferimos en mamá porque estamos demasiado ocupados viendo el partido o jugando a las cartas con los chicos. No hacemos alboroto con las cosas. Somos padres. Y, realmente, las madres se merecen el crédito y la fiesta más importante porque… las madres son madres. Y las madres son lo mejor del mundo.

Solo recuerda esto: sin padres… no habría madres. Y el lavabo todavía estaría goteando.